jueves, 22 de abril de 2010

EL CONCILIO VATICANO II Y EL CELAM


La Conferencia nació, se preparó y realizó como fruto de una coincidencia histórica de dos hechos significativos. Primero, el impacto histórico, renovados, del concilio Vaticano II que acababa de clausurarse el 7 de diciembre de 1965, es decir, menos de dos años de cuando se inició su preparación, segundo, los comienzos del Celam, que había sino creado en 1955, en Río de Janeiro y que ayudó a moldear, ya en los mismos años del Concilio, la fisonomía de una identidad eclesial latinoamericana, en la riqueza de la variedad de la Iglesia una, misterio de comunión ; una identidad singular al servicio de la comunión. Estos dos hechos de análoga importancia (y desde luego no del mismo peso y valor), constituyeron el fértil terreno que hizo madurar el fruto de Medellín. Por una parte, es preciso recordar que el Concilio fue el principio inspirador e iluminador de Medellín, con miras sobre todo a su aplicación en nuestro continente. El tema fue: La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio. La fuerza y la novedad la suministraba, en amplia medida, el Concilio, que abría puertas y ventanas para que entrara el oxígeno nuevo, el viento impetuoso del Espíritu Santo para renovar la Iglesia desde adentro y la humanidad, como sacramento de Cristo. Había sido constante y fervorosa la oración por un «nuevo Pentecostés», que quizás se soñó más particularmente en el ámbito esperanzador de una reactivación o aceleración del ecumenismo, y que significó, a la postre, tal vez no un aporte tan vigoroso como se esperaba a la gran causa de la unión de las Iglesias, pero sí a una mejor comprensión del misterio de la Iglesia, sacramento del Cristo Lumen gentium: la Iglesia, en su identidad y en diálogo salvífico con la humanidad, en histórica solidaridad con la fuerza de la Gaudium et spes. Esta constitución pastoral encauzaba el diálogo con un mundo en cambio, con América Latina en la plena y angustiosa transformación. En cierta forma, la aplicación del Concilio al continente de la esperanza apostaba un ímpetu pastoral más ligado a la constitución pastoral Gaudium et spes que a la misma Lumen gentium, cuya riqueza, como la de otras constituciones (cuando se iniciaron ciertas dificultades de tipo eclesiológico), fue objeto de mayor y sistemática profundización. Por otra parte, con la creación del Celam, aunque todavía se encontrara en una etapa inicial, casi artesanal, se contaba ya con una caja de resonancia y un motor al servicio de pueblos unidos por la Iglesia, con la viva conciencia de su responsabilidad histórica. Desde entonces se ha hablado más del papel histórico de la Iglesia como conciencia crítica de la humanidad. Se acentúa entonces el servicio profético de la Iglesia, no en oposición a los institucional. Cabe hablar de la misión profética de la institución. La convergencia del Concilio como hecho eclesial inspirador de primer orden y del Celam en etapa de crecimiento son el marco y la ocasión del hecho eclesial protuberante que constituyó Medellín. Estaban en buena parte, hay que reconocerlo, en un proceso inicial muchas Conferencias episcopales en América Latina . Poco a poco se fue consolidando su estructura, proceso no propiamente concluido. Expresará claramente Juan Pablo II: «Sin el Concilio no hubiera sido posible la reunión de Medellín, que quiso ser un impulso de renovación pastoral, un espíritu nuevo de cara al futuro» (Homilía en el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, n. 4).